Camilo Ernesto Rincón López

Cuando él prendía la estufa le daba inicio a toda una sinfonía que él bien sabía componer. Cocinar era una de esas pasiones que quizá sus alumnos de la universidad jamás hubieran sospechado. Nada como saborear uno de sus platos hecho al son de baladas de los 80 y una cerveza fría para el calor. Del sabor de sus platos disfrutaron varias personas: sus amigos en Quibdó, su familia en Cartagena, sus amigos en el exterior donde hizo una maestría en biología química. De sabor en la vida sí conocía Camilo Rincón.

En su trabajo ponía toda la pasión, la exigencia, y el amor que también ponía en la cocina. Era docente y biólogo, y ambas profesiones las desempeñaba de la mejor manera que podía. Tenía dos sueños: una casa propia en Quibdó, con una cocina y una biblioteca grandes, que le dieran la talla al tamaño de dos de sus pasiones. Y viajar, volar para conocer nuevas realidades.

Camilo fue para sus amigos, tardes de risas, cocina, películas de comedia y hablar del amor, de los amores que pasan por la vida. Una persona especial, cariñosa, frentera, profesional y servicial. “La última vez que lo vi fue un viernes, cuando se fue a pasear a Nuquí. Días después, cuando él regresó, fui a buscarlo y me encontré con la fiscalía a las afueras de su casa. Entendí todo y entré en shock”, relata Nilson, uno de los mejores amigos de Camilo quien cuenta que todos los 19 de febrero sus amigos se reúnen o intentar viajar juntos en memoria de él.