Cuando era pequeño se levantaba a las 5 de la mañana para acompañar a su mamá a trabajar junto con sus tres hermanos. Su mamá tenía un puesto de comida en una plaza de mercado en Tumaco, su ciudad natal.
Wilmar o Wilmara como lo conocían sus amigos, nació el 25 de abril de 1995. Era el amor de la vida de su madre, a quién cuidaba y ayudaba económicamente. En las mañanas le gustaba peinarla y aunque sus amigos le pedían los peinara igual, se negaba porque quería que cada peinado fuera único para que ella se sintiera especial.
En sus ratos libres hacía parte de un grupo de música del pacífico, con quienes bailaba currulao. El baile lo llevó a conocer otros lugares de Colombia como Putumayo y Nariño e incluso conoció Montañita en Ecuador. Para cumplir sus sueños hacía rifas y con eso viajaba.
Se vestía de colores vivos, el verde neón y el azul eran sus favoritos. Vivió en Guayaquil, y en Bogotá. Aunque a esta última ciudad llegó porque su mamá tuvo que sacarlo de Tumaco por las amenazas de grupos armados.
Era malo para jugar cualquier deporte y, como diría su mamá, “las pelotas no estaban hechas para él”. No era amiguero pero disfrutaba de la compañía de las señoras del barrio. Soñaba con tener su propia peluquería y seguir bailando. A Wilmar le gustaba ver las películas animadas que pasaban por la televisión.
El 3 de abril de 2015 le robaron la mitad de la vida a Doña Myriam, esa noche Wilmar nunca volvió. Sin embargo el día de su entierro sus familiares y amigos decidieron celebrar su vida, bailaron desde la puerta de su casa hasta el cementerio varias canciones de currulao como Mi Buenaventura, de Herencia de Timbiquí.